Hoy nos gustaría compartir los lugares que no se pueden perder en Tallin. Son rincones que se consideran especiales y que están grabados a fuego en la piel de la ciudad medieval. Su esencia está esperando a esos viajeros enamoradizos que cuando la miran a los ojos jamás se olvidan de ella.
La Puerta Viru
El casco viejo de Tallinn está rodeado por completo de un sistema férreo de murallas y torreones capaces de soportar las embestidas de los enemigos que entraban por tierra y mar. Dos de sus torreones más emblemáticos corresponden a la conocida como Puerta Viru, que ofrecía paso y salida a los viajeros por el flanco más oriental de la ciudad medieval.
En la torre de la izquierda (si vamos en sentido entrada) las enredaderas abrazan una amplísima porción de su pared, mientras que en la derecha amaga con empezar una escalada similar para no romper la absoluta simetría de la fortificación. Pareciera que cualquiera de ellas una princesa en apuros estuviese a punto de asomarse por la ventana con su rostro blanquecino. Y es que en Tallin todo apunta al imaginario de los cuentos de hadas.
El Pasaje de Santa Catalina
Si Tallin es medievo puro, el pasaje de Santa Catalina (en estonio Katariina käik) es directamente su máquina del tiempo. Sólo la extrema limpieza de la calle adoquinada y la presencia de algún turista despistado haciendo fotos nos hacer saber con seguridad que nos encontramos en el Siglo XXI y no en el XIII.
Los muros de un antiguo monasterio dominico hacen de pared en esta vía abovedada que recuerda al pasillo de un claustro cualquiera. Artesanos y joyeros esconden sus exclusivos locales justo al otro lado, esperando la entrada de clientes en solitario muy diferentes a los que se apelotonan en la Calle Viru, por poner un ejemplo.
El Mirador de Patkuli
Si se quiere disfrutar de una fabulosa panorámica de Tallin y sacar la mejor foto de la ciudad basta con subir a Toompea, el barrio del castillo (en la parte alta) y encontrarse con una especie de plataforma amarrada a la muralla que que se asoma al Toompark y se distancia casi en línea recta de la Estación de trenes.
Fueron muchas las ocasiones en las que pude subir al mirador Patkuli para contemplar los distintos tonos con los que el Sol iba regando una ciudad recargada de torreones y casitas de cuento de lo que parece una maqueta absolutamente perfecta.
Catedral Alexander Nevski
Esta Catedral, consagrada el 30 de abril del año 1900, es un pedacito de la Rusia aún zarista que anexó a las Repúblicas Bálticas. Ese significado hizo que los estonios no le tuvieran demasiado cariño y en 1924 se aprobó su demolición. Afortunadamente, y a la vista está, no llegó a llevarse a cabo jamás y hoy en día podemos disfrutar de uno de los templos religiosos más atractivos de la ciudad.
Olde Hansa
Si se tiene que elegir un restaurante no sólo en Tallin sino también en toda Estonia debería aparecer un nombre muy destacado: Olde Hansa. Significa la vieja casa y representa una taberna medieval recreada en cuerpo y alma.
Para vivir una experiencia puramente medieval y exprimir Tallin no sólo en el espacio sino también en el tiempo, una visita a Olde Hansa merece la pena. Cierto es que sus menús no son demasiado “estonios” y que puede salirse un poco de un presupuesto ajustado, pero es el capricho perfecto que se merece una ciudad hermosa como ésta.
Recorrer la ciudad de Tallin
Callejear es la clave en Tallin. Es una ciudad no demasiado grande, pero con mucho por ver más allá del ruido y las nueces. Con casi una taberna por habitante y un museo por cada diez metros, es fácil encontrar el qué, el dónde y el cómo. Simplemente caminar, ver, sentir. No hace falta nada más.
Recomiendo deshacerse de los mapas por unos instantes y dejarse llevar por la atmósfera de este núcleo medieval que alterna pasado y futuro tras las mismas puertas, los mismos sabores, los mismos atardeceres.